domingo, 28 de febrero de 2016

El viejo librero, video Ciudad de México


Librería de viejo, Queretaro, México

Librería de viejo

Las lecturas del búho

Por: Rubén Cantor Pérez
Twitter: @RuCantor
Aquel que haya estado en el DF y no conozca Donceles no merece ser llamado lector. No hay paraíso tal en el Centro Histórico capitalino como esa mítica calle llena de librerías de viejo o de libros usados. Lo inencontrable será hallado y lo desconocido presentado ante nosotros.
Imagínese encontrar un libro cuya búsqueda ha durado años, pues ahí estará y a un precio bajísimo. Eso es Donceles.
El único pero es su exceso de polvo, sin embargo, un día de polvareda no mata a nadie. Todo este prólogo no sirve más que para hablar de nuestras librerías de viejo en Querétaro, porque no sólo en el Distrito gozan de esos beneficios.
Antes de continuar, me permito mandar mis condolencias a todos los bibliófilos. El Fondo de Cultura Económica deja un hueco en una de las arterias principales de nuestra ciudad, ojalá de ese árbol talado de raíz broten semillas que ayuden a hacer más respirable la cotidianidad.
Vuelvo a lo que iba. Justo la semana pasada se llevó a cabo el Tianguis de Libros UAQ, un esfuerzo encomiable donde se dio espacio a la exposición de libros usados. Lo bueno es que no tenemos que esperar un año para llegar a esas páginas gastadas. A continuación van algunas opciones.
El Alquimista: En Morelos casi esquina con Juárez está una librería que ocupa tres locales y va de libros nuevos a libros viejos. Pueden encontrar títulos desde 10 pesos y si tienen paciencia y saben escarbar encontrarán algunas joyas, por ejemplo El proceso de Kafka en 5 pesos. Eso sí, no esperen las ediciones más sofisticadas. Se obtiene lo que se paga.
El Tragaluz: En Guerrero #10, entre Madero y Pino Suárez está una librería que tiene un amplio acervo de literatura latinoamericana, sin descuidar otras nacionalidades. Los costos suben un poco más pero tienen más de dónde escoger en cuanto a calidad se refiere. Ahí he encontrado libros que ya no se editan y autores difíciles de hallar en establecimientos como Gandhi o El Sótano.
“Del viejito” (desconozco el nombre pero la atiende un señor ya mayor): Queda en Universidad esquina con Guerrero. El material que se encuentra es en su mayoría de humanidades, hay cosas tanto de cine como de literatura o arte. No hay mucho orden, pero vale la pena dedicar tiempo a escombrar las montañas de libros. El precio parece depender del temperamento del dueño, porque siempre que se le pregunta lo medita y después de evaluarte (a mí, por ejemplo, me tildó de “estudiante”) suelta el costo de acuerdo a ese estudio socioeconómico instantáneo y a ojo de buen cubero.
Por último, menciono dos más que me vienen a la mente. Una está en Corregidora casi Universidad, del lado derecho de la calle. Usualmente te aseguran que te consiguen el libro que quieres, pero al menos en mi caso eso nunca ha sido garantía. De cualquier modo, dense una vuelta, justo a la entrada hay libros a menos de 50 pesos. La otra se llama El Diván (Ezequiel Montes, entre Madero y av. del 57). Aquí hay títulos interesantes de literatura, historia y ciencias políticas.
A final de cuentas, cada una tiene lo suyo. Una librería de viejo para cada lector. Lo que sí es que son una posibilidad para aquellos que no podemos costearnos luego los libros nuevos o que queremos echarnos un clavado a lo desconocido.
Meth Z
Un queretano fue elegido por Guadalupe Nettel, Juan Villoro y Cristina Rivera Garza para representar a México en la Feria del Libro de Londres en este año. Esa razón creo que basta para acercarnos a Gerardo Arana (1987-2012).
Si al leerlo esperan una trama tradicional con inicio-desarrollo-desenlace mejor ni le intenten. El libro está compuesto por una variedad de pequeños capítulos que van conformando una especie de novela-virus que desconcierta al lector.
A tres años de la muerte del autor, Meth Z ha evolucionado y seguirá mutando en el futuro hasta convertirse en una novela icónica en la literatura queretana y nacional. Es de esos textos que a la primera aturden y que conforme se retoman se les adquiere gusto.
Es un libro que habla de una droga para escribir novelas. Una historia esquizofrénica que no aspira a nada más que a ser una buena novela.
Cuesta sólo 60 pesos, así que no hay pretexto. No creo que lo encuentren en librerías de viejo, pero el precio es demasiado accesible.
http://www.tribunadequeretaro.com/index.php/cult/4843-libreria-de-viejo

¿Se extinguen las librerías de viejo?

Desde hace un tiempo tengo esta sensación: lenta, casi imperceptiblemente, las librerías de viejo se extinguen. Ahora hay menos que antes. No es un dato basado en encuestas, ni en estadísticas, ni en nada más que mis propias sensaciones. Me pasa bastante últimamente: voy a un lugar donde mi memoria me indica que había una librería de usados, no la encuentro, busco y rebusco y por fin me resigno a que esa librería ya no está más. Buscar y rebuscar, justamente, eso que a los lectores tanto nos gusta en los estantes de esos negocios.
En realidad, que la librería no esté más no siempre quiere decir que no exista más. Muchas siguen vigentes en internet. Sospecho que el comercio electrónico es, al mismo tiempo, la causa y la solución del problema de las librerías de viejo. He comprado bastantes libros por internet. En ciertos casos, en lugar de recibirlos en mi casa, decidí ir a buscarlos yo. He retirado libros de casas particulares, de kioscos de revistas, papelerías, edificios de oficinas, tiendas de mascotas y… ah, sí, a veces también de librerías.
La venta por internet, hay que decirlo, ofrece muchas ventajas:
  • Costos mucho más bajos para los vendedores, ya que se evitan los gastos que implica un local abierto al público.
  • Se puede acceder virtualmente a enormes catálogos desde cualquier lugar del mundo.
  • Se puede buscar y comprar en cualquier momento del día, todos los días del año.
  • En la mayoría de los casos, se puede optar por recibir el producto en el domicilio.
¿Cómo hace entonces un librero de viejo, si su negocio no va bien, para resistirse a la tentación de bajar la persiana para siempre y dedicarse en exclusiva a la ventaonline? ¿Cómo reprocharle esa decisión? Me hago esas preguntas con una tristeza similar a la que siento al ver que en el 84 de Charing Cross Road, en Londres, en el lugar donde estaba la librería Marks & Co., que aprendimos a querer a través dellibro de Helene Hanff, ahora hay un local de McDonald’s. (Aquí arriba, fotos de la fachada clásica de Marks & Co., en los años cuarenta, y la actual, tomada de Google Street View. El único rastro de que la histórica librería estuvo allí es una placa en la pared, oculta en la foto por el tronco del árbol.)
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La tristeza es natural, porque visitar una librería de viejo tiene una magia incomparable. Deambular por sus pasillos como un explorador que recorre un territorio desconocido sin saber qué se puede encontrar. La emoción de pasar por las portadas o los lomos, uno por uno, a menudo palpándolos con las yemas de los dedos, que quedan sucias de un polvo un poco incómodo pero agradable. Y, cada tanto, el hallazgo del tesoro inconseguible en las librerías “normales”: ediciones antiguas, autores de rastro difícil, títulos agotados o descatalogados…
Lo dicho: el comercio por internet tiene muchas ventajas. Si uno quiere un libro en concreto, lo busca en AbeBooks, eBay o Mercado Libre y se evita una peregrinación por quién sabe cuántas librerías. Pero el más puro encanto de las librerías de viejo es otro: el placer de dar con un libro que uno no buscaba. Parafraseando a Cortázar, andamos sin buscarnos y sin saber que andamos para encontrarnos.
¿Cuántas veces no te ha ocurrido que el deseo sea posterior al hallazgo: ves un libro cuya existencia desconocías y sabés de inmediato que lo anhelabas, que el destino de ese ejemplar es abandonar la librería y acompañarte para siempre, hasta que la muerte los separe? Y te vas pensando que el dinero —el puñado de billetes que el librero te ha exigido a cambio— sí hace la felicidad.
Y algo más: para querer un libro y poder buscarlo en AbeBooks, eBay o Mercado Libre, primero hay que conocerlo. Y uno no siempre lo conoce por escuchar las recomendaciones de los amigos o leer los suplementos culturales: en muchos casos es por haberlos visto en una librería. Con frecuencia, en librerías de viejo. Si estas se extinguieran, perderíamos, también, una fuente de conocimiento.
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No es un problema exclusivo de las librerías de viejo, claro está. Hace poco estuve en Colonia del Sacramento, Uruguay, una coqueta y muy bonita ciudad de 25 mil habitantes. En todo el centro no encontré una sola librería. Recorrí después algunos barrios de la periferia: no vi ninguna y dudo de que exista alguna por allí. Les pregunté a algunos vecinos, porque me parecía raro, no podía ser que no hubiera ninguna.
—Antes había una acá en la otra cuadra, pero cerró —me dijo alguien.
—Fijate en la avenida Artigas, pero creo que no —me dijo otro.
—Mirá que yo soy nacido y criado acá, ¿eh?, pero no sé de ninguna —me dijo alguien más. Y agregó—: Es bueno saber que todavía hay gente que lee.
Ni siquiera en las tiendas de la terminal de ómnibus o del puerto —adonde arriban y desde donde parten varios barcos por día que unen esa ciudad con Buenos Aires— venden libros, ni siquiera los best-sellers de bolsillo típicos de viaje, que se suelen ofrecer junto con las revistas de crucigramas y las golosinas.
La única librería que sí supieron indicarme fue la ubicada dentro del Colonia Shopping, un centro comercial no tan alejado del centro pero que, dadas las dimensiones de la ciudad, se puede decir que está casi en las afueras. No fui.
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Por suerte, todavía muchas librerías de viejo gozan de buena salud. Se puede acudir a sitios clásicos como la calle Donceles en México, la Cuesta de Moyano en Madrid, los buquinistas junto al Sena en París, el Parque Rivadavia en Buenos Aires y tantos otros rincones que los lectores conocemos y con los que dibujamos mentalmente, en cada ciudad, nuestras cartografías particulares. Son esos rincones los que a veces nos deparan la triste noticia de ya no ser lo que han sido. En todo caso, ojalá la mía sea solo una falsa impresión y que las librerías de viejo no sean un género en vías de extinguirse. Y que sigan viviendo en su hábitat natural, sin necesidad de criarlas en cautivero para preservar la especie.

http://www.letraslibres.com/blogs/marcapaginas/se-extinguen-las-librerias-de-viejo