martes, 22 de noviembre de 2016

LA VIDA CON SUBTÍTULOS

02 noviembre 2005

ELOGIO DEL LIBRERO

Cuando pedí "La rata cochero" fueron a buscarlo al sector de mascotas (luego de mirarme mal). Cuando quise hojear "Todas las familias son psicóticas", por supuesto enfilaron hacia psicología. Cuando compré "Como una buena madre", no lo encontraron, claro está, en maternidad.
Me refiero a los malos libreros. No, no son libreros. Llamémoslos empleados de comercio. Hoy en día, en las grandes cadenas de librerías, no hay más libreros. Hay chicos y chicas jóvenes, predispuestos y de sonrisa esmaltada, que por suerte saben utilizar las computadoras que les dirán dónde está el bendito libro. Si se cae el sistema, para ellos se termina la literatura. Pero libreros no. Libreros les queda grande.
No han leído. Estos empleados no leen los libros que venden. No saben leer.

Yo amaba a mis libreros. El primero tenía una librería pequeña en una galería subterránea donde hoy hay un supermercado. Allí me iba por las tardes, y me sentaba en el piso a leer. Él me conocía y no le molestaba mi presencia. Al contrario. Supongo que ver a una niña de 8, 9 ó 10 años leyendo con tanta pasión y juntando su dinero para comprar libros, le debe haber estimulado. Debe haber pensado que justo por eso era librero. En esa librería, "Abaddón" libros, Rivadavia 6583, Galería Vía Río local 6 y 8 (acabo de buscar un libro que sé que compré ahí y está el sello) compraba los libros de la colección Iridium. "Verónica", "Verónica al timón", "¡Ánimo Verónica!". Me atraían los libros que llevaban mi nombre. También compré allí los libros de la colección Hardy Boys y Nancy Drew. Eran difíciles de conseguir y el librero me los traía para mí. Los libros de la colección "La brigada juvenil", y mis primeros libros de mitología griega. Cuando no iba a Abaddón me iba a un local de revistas usadas en la que sigue siendo la galería Boulevard, del barrio de Flores. Era un local con olor a papel viejo, con peligro permanente de avalancha, sucio, muy sucio. Pero allí estaba todo lo que uno podía desear de la vida. Me cambiaban dos revistas mías por una, por supuesto (para cambiar 1x1 debía irme al Parque Rivadavia y cambiar con otros chicos), y yo me quedaba horas y horas, porque llevaba decenas de revistas y tenía mucho para elegir. Además las hojeaba, no fuera cosa de que me llevara una repetida o una mala. Me gustaba "Archie", y todos los clásicos argentinos. No demasiado "Susie, secretos del corazón", esas las leían mis hermanas. Tenía la fantasía de que un día encontraría el primer número de "Hijitus" en el que, según yo, se contaría cómo consiguió su sombreritus.
Crecí y esas dos librerías desaparecieron. Llegó "El Buho", en Rivadavia al 6200 en donde hoy hay un kiosco. El Buho ya fue otra cosa. Yo había crecido y el hombre de mi vida era justo el librero. Joven, bohemio, con barba y pelo largo. Él, Jorge, me recomendó "Fahrenheit 451" y me inició en la ciencia-ficción. Fueron muchos años de ciencia-ficción y de Jorge. Jorge me prestaba libros que necesitaba para la facultad, y yo los leía casi sin abrirlos y se los devolvía con agradecimiento infinito. Jorge puso mi primer libro (editado por una Mutual, para recolectar fondos) en la mesa de ventas, y me contaba cuántos se vendía y me daba el dinero sin cobrarme ningún porcentaje. Jorge me iba enseñando de literatura y de vida. Es posible que haya sido su cliente favorito pero, para mi desilución, nada más. Cuando Jorge cerró me quedé huerfana de libreros. Sé que hay librerías donde aún atienden hombres y mujeres que saben de libros, que los leen, que los entienden, que los aman. Pero en Flores sólo queda la señora de la librería Distal de Carabobo, que me recomendó el libro de cuentos "Amores en fuga" y que me consigue algún libro difícil, y que siempre me cuenta alguna anécdota sobre algún libro mío que vendió, y me pregunta qué estoy escribiendo y cuándo volveré a publicar. Pero ya no es lo mismo. En las librerías ya no quedan tesoros por descubrir. El libro que no vendió lo suficiente es desterrado a los quince días. Y a nadie le importa. A estos empleados de comercio no les importa. No les importa que yo esté buscando un libro que ellos no tienen. No les importa no saber. No les importa no poder escribir correctamente el apellido de un autor. No les importa en lo más absoluto que también venden libros míos, porque es más importante pedirme que abra la cartera cuando me voy.

Yo creo que algún día estos pseudo-libreros serán castigados por el hecho de haber ocupado un puesto sagrado. Que algún día todos los libros difíciles, raros, insólitos, profundos, distintos, originales, que ellos jamás osarán recomendar, caerán una y otra vez sobre sus cuerpos hasta que las palabras les queden grabadas en la piel. Y por allí andarán, pequeñas almas con las pieles escritas, sin poder entender el argumento.
Y a los libreros de Abaddón, de El Buho, del Distal de Flores, a todos ellos, GRACIAS.

http://lavidaconsubtitulos.blogspot.mx/2005/11/elogio-del-librero.html?spref=fb


¡Libros de a peso!


GUADALAJARA, JALISCO (20/NOV/2016).- "¡Libros a peso!”, los enseñó a decir su padre los domingos en La Lagunilla. Con la devaluación, el eslogan luego pasó a “¡Libros a diez pesos!”; pese a los altibajos en la economía nacional, el negocio familiar y la tradición permanecieron. Los hermanos López Casillas se han dedicado a la compra-venta de libros usados y antiguos prácticamente desde la infancia.
La séptima edición de la Feria del Libro Usado y Antiguo de Guadalajara, con sede en los portales del Palacio Municipal y el Andador Pedro Loza, reconoció a la familia López Casillas con su homenaje al librero, por sus cerca de ocho decenios de práctica profesional en el mundo del libro usado y antiguo. A propósito de su visita a Guadalajara, platicamos con Francisco, Fermín, Leonardo, Lucila, Marina y Mercurio, seis de los integrantes de esta familia. Fue en el nuevo Centro Cultural FLUYA (coorganizadores de la mencionada feria del libro), donde los hermanos se remontaron en la memoria hasta los comienzos de esta tradición, su evolución y los diferentes caminos que han tenido cada uno de ellos con sus librerías.
Leonardo apuntó el dato: al haber nacido trece hermanos, en la familia confluyen dos generaciones, con proyectos, caminos y visiones diferentes en la compra-venta de libros usados. Incluso cada uno tiene sus propios recuerdos de cómo comenzaron sus padres, agregó Fermín.
Su padre Ubaldo López, Bertha Casillas (la madre) y su hermano Nicolás arrancaron con el negocio de venta de discos y revistas, alrededor de 1940. Francisco recordó que el origen del negocio fue en plena calle, además de La Lagunilla (donde ya sumaron los libros), para después consolidar su presencia con librerías. La Lagunilla, un lugar de visita obligada para quienes buscaban libros y antigüedades, fue un espacio de formación para los varones de la familia, pues religiosamente domingo a domingo asistían para aprender el oficio.
Más allá de dicho espacio, Leonardo señaló la importancia de montar una librería, pero no como solían (y suelen) ser algunas librerías de usados donde hay que escarbar entre los libros revueltos: su padre era un obsesivo del orden, por ello en sus libreros siempre imperó la organización de los títulos según sus temáticas. Un beneficio de tener todo ordenado, afirmó Fermín, es el servicio al cliente, pues facilita la búsqueda de libros.
La primera librería de esta familia fue Librería Otelo, en la calle Hidalgo de la Ciudad de México. Más tarde encontrarían un espacio icónico en la calle Donceles, en pleno centro de la capital mexicana. Librería Regia, La Última y Nos Vamos, La Casona de Aura, La Torre de Viejo, Librería Ahuizote, El Mercader de Libros son algunas de las librerías que han fundado.
De las temáticas, la preferida de Ubaldo era la historia. Otra novedad que incorporó a su concepto de librería fue el apelativo: “librerías de ocasión”. El término, dice Francisco, tiene una explicación: son libros que muchas sólo en una ocasión lo puedes encontrar.
Pero esa característica de encontrarse con un libro que tal vez nunca más veremos no es exclusiva de los visitantes a las librerías. Los propios libreros sufren ese aciago destino. Por ello, recuerda Leonardo, antes de vender un preciado ejemplar su padre siempre les decía: “Despídanse, porque no lo van a volver a ver. Denle un beso”, y lo hacían. Mercurio añadió que con trece hijos para su padre era un lujo conservar algún ejemplar, incluso cuando eran de sus favoritos de historia. Algunos libros, efectivamente, jamás volvieron. Entre el sinfín de joyas que han vendido, Francisco recuerda que alguna vez vendió un catálogo de Álvarez Bravo, de los años cuarenta: “Lamento el precio en que lo vendí y lamento haberlo vendido”, ese libro jamás ha regresado.
Han sido millones de libros los que han pasado por sus manos. Francisco aclara que obviamente no los han leído todos, pero por lo menos sí han leído todos y cada uno de los títulos y su pie de imprenta, para conocerlos mejor. “Los libros me llaman”, era una frase recurrente del padre, pues tras haber visto una miríada de ejemplares, los hermanos han afinado su vista para detectar los ejemplares que les interesan.
El más joven de los hermanos, Mercurio, se ha especializado en la investigación y valoración de los libros, en parte por sus gustos personales. Con un gusto por la historia del arte y una colección de libros ilustrados del siglo XVIII, XIX y XX, sabe a la perfección que para tasar algún ejemplar es necesario revisar bibliografía, catálogos, comprar cómo se ha vendido un mismo libro en otros sitios, etcétera. Al ponerle precio a un ejemplar, los clientes potenciales pueden sorprenderse por ideas preconcebidas: “La gente piensa que un libro será más valioso por ser viejo y grande, pero no es así”, dijo Mercurio.
Aunque no sólo los libros valiosos “valen”: los hermanos recuerdan a Juan y Ubaldo (hermanos que no estuvieron presentes en la charla) quien los enseñó a aprovechar al máximo todo el libro que les llegara. “Todo el libro vale, incluso la minucia”: la clave está en encontrar el precio justo, y para ello se necesita conocimiento del mercado.
Lucila, de las hermanas mayores, fue contadora de formación, trabajo que ejerció durante 33 años. Su aprendizaje se dio más con sus hermanos, pues el padre de rehusaba a que las mujeres lo acompañaran a laborar. Comenzó su negocio libresco alrededor del año 2000, luego de jubilarse. Por esos años, los hermanos también abrieron librerías al Sur de la Ciudad de México, cerca de Coyoacán.
Una de las hermanas, Marina, valora la educación que les dio el padre, pues ayudó a la formación de cada uno de ellos. Las disciplinas en las que se especializaron son tan distintas como las secciones de una librería: desde la psicología, antropología, docencia, matemáticas y contaduría.
El ambiente familiar, afirmó Lucila, era el de las constantes pilas de libros: con la enseñanza de su padre, todos aprendieron a amar el conocimiento transmitido por los libros. Pero también por su madre, Bertha, a quien califican como una lectora voraz, que devoraba novela tras novela en sus ratos libres.
Otra lección mayor fue el gusto por el aprendizaje, que todos adquirieron hace la diferencia al atender una librería, pues ello implica un mayor saber del negocio. Además de los hermanos, por las librerías de los hermanos López Casillas han trabajado muchísimos empleados en todos estos años, muchos de ellos han emprendido sus propios negocios, como César Vargas (quien en Guadalajara vende libros usados y antiguos en Librería Ítaca, además de impulsar el homenaje a la familia López Casillas. Del reconocimiento, los hermanos concluyeron: “Es doble, al ser entregado por los compañeros libreros”.
EL INFORMADOR / JORGE PÉREZ

http://www.informador.com.mx/suplementos/2016/692893/6/vivir-entre-libros.htm

Las pequeñas librerías mantienen la honestidad sobre lo que está pasando en la literatura



Durante el primer invierno que pasé en Nueva York, hace casi seis años, apenas conocía gente. En aquellos largos meses a menos diez o quince grado bajo cero, cuando el día termina a eso de las cuatro de la tarde, cerca de Navidades una de las peores nevadas en la historia de la ciudad entumeció la vida diaria. No había traición en ese invierno, se cumplieron todas y cada una de las profecías de las que me advirtieron, incluida la tristeza, que cada año llegó con una mano en la cintura por mí, y el aislamiento. No tuve más remedio que aprender a beber conmigo misma mientras escuchaba discos nuevos (discos nuevos para evitar los recuerdos). A falta de planes, además, me iba a perder el tiempo a las librerías del barrio. A babosear, diría mi madre. Y ahí dentro no sé bien por qué me sentía mejor.
Lo que para muchos son las tiendas de discos, los museos, incluso las iglesias, (algunas veces he entrado a refugiarme en las iglesias), esos espacios “públicos” donde uno se siente a su manera a salvo, tal vez a salvo de uno mismo, en las librerías para mí se volteaba de cabeza la idea del silencio incómodo. La distancia entre las personas es más bien agradable. Horas enteras paseando la mirada por las portadas y contraportadas, hojeando libros que igual no compraba (o que compraba, pero tardaría meses, o bien, años en leer), que me internaban en otro pequeño universo, coherente y diferente, donde brota en mayor o menor medida la bendita curiosidad, quizá lo más importante que tenemos.
Las librerías locales resultaron lugares más bien de descanso. Los ritmos cotidianos, apesadumbrados por el frío canijo y la más cabrona soledad, cambiaban.
María Negroni dice que cuando uno lee está escribiendo también. Siempre he pensado que leemos de algún modo todo el tiempo.
Cuando entramos a una librería estamos leyendo y la configuración visual de los libros influye esa lectura. Leer no solo es sentarse a leer páginas enteras. La semana pasada Selva Hernández, librera de tradición, (librera de Alicia a través del espejo y ahora también de La increíble librería), me contaba de cómo el acomodo de los libros influye en nuestra experiencia dentro del espacio: “Mis tíos en sus librerías de Donceles hacían exposiciones de portadas o de caricaturistas.”
Si una librería está configurada para leer o incluso para escribir, también se da, además de cierta complicidad (¿qué estará hojeando con tanto apetito la chica a la derecha?), dinámicas sociales diferentes a las que ofrecen otros comercios de la ciudad. Y no me refiero a librerías con una cafetería como El Péndulo, donde, como dice Penélope, el ruido no lo deja a uno deambular en paz; o Gandhi, donde, como dice Luli, los libros no son felices, y donde me parece que se perdió la bonita tradición del librero que a partir de lo que buscas te recomienda otros títulos.
Según la CANIEM en todo México hay 500 librerías y casi todas están en las grandes ciudades. Las librerías están agonizando y muriendo, ¿cuántas de estas son espacios de paseo?
Las librerías diseñadas para los lectores son una anomalía.
Una librería que te permita apaciguar las malas noticias. Que te obliga, digamos, a caminar con una suerte de reverencia a esos libros, a un paso más o menos museográfico, cuyos materiales y texturas tocamos y probamos como en un buffet de platillos exóticos.
Una librería es también una galería, una puesta en escena de libros. Es importante si la luz es agresiva o cálida, que el ambiente sea habitable, el tipo de sillones y desde luego, el tipo de libros que hay. Si están organizados de manera que parece que vas a descubrir un título desconocido. Si las portadas dialogan entre sí o si la relación entre los libros es más bien diferente a las “novedades”. Se me ocurre una curaduría por recomendaciones de un lector respetable, por el tipo de personajes, por el tipo de temas: novelas del aislamiento, cuentos de despedidas, ensayos personales de escritores amargados, historias con un protagonista de corazón punk, historias con un o una protagonista enloqueciendo, historias sobre la infidelidad o con orgías, ficciones con tantas canciones que merecen un playlist.
El alto de las torres, la disposición de los estantes y la conversación entre las portadas, nos invitan a diferentes formas de exploración: “un título al lado de otro título, al lado de otro título puede formar casi un poema, medio dadaísta. No es lo mismo encontrarse con una edición extraña de Borges con otra de Bioy Casares, que está junto a un ejemplar de la revista Sur de Victoria Ocampo. O un libro de Borges que convive con la Biblioteca Borges, que eran sus lecturas favoritas, como Dino Buzzati o la historia de las matemáticas”, decía Selva.
Los libreros, ya lo ha dicho Patti Smith, que varias veces trabajó en librerías, mantienen la honestidad sobre lo que está pasando en la literatura en nuestros tiempos. Y también nos permiten un placer específico: manosear los libros. Son espacios que despiertan un comportamiento diferente, tranquilizante (espero) y la experiencia, por lo  menos en para mí, es casi terapéutica.

http://www.letraslibres.com/espana-mexico/cultura/las-pequenas-librerias-mantienen-la-honestidad-sobre-lo-que-esta-pasando-en-la-literatura

lunes, 1 de agosto de 2016

Max Ramos, Librería Jorge cuesta , San Librorio

En diciembre de 1999, tres amigos: Juan Antonio Ascencio, Gustavo Rodríguez Quintal y yo, Max, fundamos la librería El Hallazgo. 
Libros de otras manos, papel encuadernado con noticias de esas mentes, los autores, y que pueden volverse a mostrar, es decir: la escritura con sus ruedas invisibles.
Luego me quedé en un camino solitario de librero. Juan, se me extravió en el silencio. Gustavo, va y viene; tantas veces se ha ido que siempre está presente.
Desde esos primeros días, empezaron, como delirio las noches; los sueños fueron más certeza, pues recurrentemente aparecía la figura de un hombre emergiendo desde un gran libro.
Otras noches fueron conformando la presencia de ese ser, con su manto de signos, su estructura ósea conformada por pilas de libros. Su cabello eran los tipos móviles de Gutenberg. Ese inmenso libro donde también se sumergía, tenía una parte de sus hojas mutiladas, como el conocimiento extraviado por los humanos.
Entonces, le dijimos a la escultora, una de las hermanas Luna, que realizara el bronce de San Liborio, protector de la lectura, hermano de la tinta.
El 29 de junio le empezamos sus procesiones, que entre el caos de protestas, marchas y desfiles, se iba amalgamando a la ciudad de nuestros tantísimos olores, de nuestra bacanal del ruido.
Ahora, cuando llega una remesa de uno de nuestros viejos clientes, emerge de entre un tomo, la estampa de nuestro santo.


Referencia : Librería Jorge Cuesta Facebook
 https://www.facebook.com/pages/Librer%C3%ADa-Jorge-Cuesta/283268068513269?pnref=story

domingo, 5 de junio de 2016

Librerías del Centro Histórico cerrarán sucursales ante la poca demanda que existe.


Librerías del Centro Histórico cerrarán sucursales ante la poca demanda que existe.

Las librerías cuentan con textos de diez hasta 200 mil pesos y cerrarán varias sucursales en el Centro Histórico ante la poca demanda que existe
Librerías del Centro Histórico cerrarán sucursales ante la poca demanda que existe.
Libros usados de los siglos XVI al XXI, desde diez hasta 200 mil pesos, se hallan en las librerías de viejo, un paraíso rebosante de historia que inició en los años treinta como una tradición en México.
La calle Donceles, en el Centro Histórico, aloja por lo menos unas 20 sucursales, aunadas a las que se localizan en los barrios de La Lagunilla, la avenida Hidalgo y en el sur de la ciudad.
Son enormes almacenes con techos altos, de dos o tres niveles, que albergan miles de libros de diversos temas, que guardan infinidad de historias e imágenes más allá de la imaginación.
Son el sitio de consulta de investigadores, científicos, intelectuales, estudiantes, maestros, coleccionistas y amantes de la lectura que dedican horas revisando las vitrinas que guardan los tomos más antiguos, los estantes que agrupan los títulos de autor y dividen los temas, y las mesas que ofertan los más económicos, los de bolsillo o los de actualidad.
Enciclopedias, saldos, manuales, novelas, álbumes, revistas, diccionarios, libros autografiados, libros raros; chicos, grandes y miniaturas; deshojados, despastados, rayados, rotos o en buen estado, convergen en un ambiente que huele a humedad, a tinta, a viejo.
Un espacio que palpa el polvo, que guarda el silencio, que apila recuerdos y que respira la vida.
Hace 80 años, la familia López Casillas, encabezada por don Ubaldo López, abrió la primera librería anunciando, mediante un gran letrero, que compraba y vendía los textos que el público en general ya no quisiera ocupar.
En la actualidad, son ocho los hijos que continúan la tradición y han extendido más de 30 librerías en toda la Ciudad de México.
La variedad de títulos que tienen, los han adquirido a través de coleccionistas o con gente que por tradición familiar los conservó, pero a la muerte de uno de los pilares decidió donarlos o venderlos.
“O simplemente porque les estorbaban, se mudaron de casa y no quisieron tirarlos a la basura”, dice Juan Antonio López Casillas, propietario de la Librería Regia, La ultima y nos vamos y La Casona de Aura, entre otras.
Tiene libros del siglo XVI y XVII. Hace poco vendió en miles de pesos uno del siglo XV que atesoraba como único.
“Se llamaba ‘Las crónicas de Núremberg (1493) y se encontraba en un estado lamentable, pero debido a que se trataba de un incunable, tenía un valor muy especial”, platicó durante el recorrido que Notimex hizo por las instalaciones de la Librería Regia que exhibe más de 150 mil tomos selectos y comunes.
Ejemplares ilustrados como el “México y sus alrededores”, “Monumentos de México”, de Pedro Gualdi y el “Álbum del Ferrocarril Mexicano” de 1878 contienen litografías y por ello, tienen un precio hasta de 200 mil pesos cada uno.
“Tiene mucho que ver al momento de comprar libros. Hay quienes los adquieren porque en la escuela se los piden, otros porque quieren leerlos, unos más porque lo escribió un amigo, porque forma parte de una serie de libros que deben tenerse o, simplemente, por colección”, indicó.
Hay quienes conocen un autor y se enganchan con él y como en las librerías de nuevo ya no existen los títulos, recurren a las de viejo para satisfacer sus necesidades.
Las primeras ediciones de cualquier libro de Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, José Emilio Pacheco, Jorge Luis Borges o Mario Vargas Llosa, por ejemplo, se venden a un precio muy alto, señala.
“Cien años de soledad” (1967) de García Márquez, que imprimió cerca de 5 mil copias, se oferta en 20 mil pesos en la Librería Regia.
“Si tuviera alguno autografiado por él, lo vendería hasta en 100 mil pesos”, mencionó al tiempo de mostrar ‘La danza de la muerte, de hechura fina que data de 1547 y posee grabados de Hans Holbein, cuyo costo asciende a 70 mil pesos.
Ninguno de los libros en acervo tiene una curaduría en especial o manejo de traslado.
“Quizá las normas me pedirían que usara guantes para hojear uno del siglo XVI, pero ninguno de los libreros en mi familia hemos trabajado así. Hace 20 años fui a una zona arqueológica y me maravillé con los grabados sobre piedra.
“De repente los toqué y la guía de turistas dijo que por esa razón las cosas de echan a perder, pues los turistas, con su manos grasosas, tocan las obras maravillosas del arte prehispánico. Cualquiera puede criticarme por tocar un libro con mis manos grasosas, pero para mí no tiene sentido”, sostuvo.
Muchos de los textos que le han llegado, guardan cartas, mensajes, estampas religiosas, billetes o monedas entre sus hojas, pero nunca se ha preocupado por conservarlos ni por leerlos.
Lo que sí cuida en revisar es si alguno está autografiado por el autor, pues, de esta manera, se incrementa su valor económico y sentimental.
“Tengo un libro que se llama ‘Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 que tiene una carta dirigida al corregidor de Querétaro. Evidentemente, es algo valioso y por supuesto, no lo tiro. Cosas así no es común que nos lleguen”, destacó.
Obras de ciencia ficción, biología, medicina, historia de México, historia universal, sociología, psicología, economía, herbolaria, salud, filosofía, esoterismo, deportes, idiomas, manualidades, contabilidad, derecho, periodismo y religión, entre otros temas, habitan en los estantes de las librerías de viejo.
“Hay quienes los buscan porque quieren leerlos y disfrutarlos, otros para adornar su casa, aunque nunca los vayan a leer, porque hay quienes tienen grandes bibliotecas pero nunca han abierto un libro”, apuntó.
En una de las escenas de la película “El profe” (1971), que protagonizó Mario Moreno “Cantinflas”, se muestra a una cabra que se come un libro, mismo que fue adquirido en una de sus librerías.
“También vendí un lote de 4 mil libros en unos 70 mil pesos, para la filmación de la película ‘La leyenda del zorro (2005) que se desarrollaba en el siglo XIX. Lo mismo que para la producción de ‘Antes que anochezca (2000), donde aparece la biblioteca”, recordó.
En alguna época, las librerías de viejo fueron un gran negocio, pero de diez años a la fecha, ya no lo son.
“Las ventas han bajado notablemente, hasta en un 50 por ciento. Es increíble que mis hermanos y yo tengamos librerías tan gigantescas y vendamos tan poco. Apenas si cubro los gastos para cubrir la nómina de los empleados, por ello es que, a corto plazo, cerraré unos tres locales”, reveló el librero de 60 años.
A través de la página en Internet www.libreriasdeocasion.com también coloca a la venta varios de los títulos que día con día bajan su precio para que salgan.
“Algunos los daba en 70 ó 50 pesos y ahora los tengo que dar en 10 pesos, pero ni así se venden, entonces, los tiro a la basura. No tiene caso conservarlos más porque me quitan espacio”.
En opinión de Juan Antonio López Casillas, la gente ha dejado de comprar libros porque la economía es mala en México y porque los sistemas informativos han cambiado.
“Antes, la gente buscaba un libro para informarse sobre algún tema, pero ahora todo lo que desean saber, lo hallan en su teléfono. Basta con conectarse a Internet, explorar Wikipedia y toda la documentación está a su alcance”.
En octubre próximo, López Casillas y sus hermanos publicarán un libro en el que narrarán su experiencia en las librerías de viejo.
http://www.proyecto40.com/noticia/cultura/nota/2016-06-01-18-42/librerias-del-centro-historico-cerraran-sucursales-ante-la-poca-demanda-que-existe-/

domingo, 17 de abril de 2016

Ataque al conocimiento, incendian puesto de libros en Boca del Río

Ataque al conocimiento, incendian puesto de libros en Boca del Río
VIERNES 15 DE ABRIL DE 2016 | 10:05 A.M.
Alejandra Herrera Gómez | Veracruz

  •  admin/fotos/2016-04-15/92408_55x.jpg
    Cortesía / Boca del Río
    El puesto de venta de libros fue consumido por el fuego
Personas desconocidas prendieron fuego esta madrugada a decenas de libros que se vendían en un puesto en las inmediaciones de la Universidad Veracruzana, campus Mocambo.

Varios títulos quedaron reducidos a cenizas y apenas unos cuantos en buen estado, luego del ataque perpetrado.

El puesto de libros se ubicaba en las inmediaciones de la Universidad Veracruzana sobre la avenida Juan Pablo II, frente al Colegio La Paz.

Al parecer el puesto tenía permiso de las autoridades municipales de Boca del Río para hacer venta de libros de diferentes géneros literarios.

Éste no estaba relacionado con la Universidad Veracruzana, ya que se trataba de un puesto particular.

En el lugar se observan los libros quemados y regados en todo el terreno, el cual era rentado para la exposición y venta de libros.

El siniestro fue controlado y se realizan las investigaciones para dar con los responsables de esto, que ha sido catalogado como un ataque al conocimiento, tal y como ocurría en la Edad Media.


AR
Referencia
http://www.radiover.info/nota/58742/municipios/ataque-al-conocimiento-incendian-puesto-de-libros-en-boca-del-rio.html

Veracruz: Queman puestos de libros por negativa a pagar ‘derecho de piso’


Veracruz: Queman puestos de libros por negativa a pagar ‘derecho de piso’

Las visitas de hombres exigiéndoles dinero esta semana, hacen temer a los libreros de la avenida Juan Pablo II que el incendio que consumió este viernes su fuente de trabajo, fue provocado.
“Iba yo bajando del camión, venía a decirle al velador que se retirara, y yo quedarme en su lugar, y esperar a que los compañeros abrieran, como he hecho desde que estamos aquí, desde el 7 de abril”, expresa Óscar Ochoa, líder del grupo de libreros itinerantes Letras en Movimiento, cita el diario Crónica de Veracruz.
Encontró libros calcinados, húmedos y ennegrecidos por el fuego. Cerca de 100 mil pesos en pérdidas para el administrador de los dos puestos afectados, quien llegaría hasta las 11 y media de la mañana para conocer la tragedia con sus propios ojos.
Del velador, no se sabe nada.
Fue a través de la prensa local que Óscar supo que los bomberos de la conurbación Veracruz-Boca del Río, afirman que las llamas se debieron a un corto circuito. Sin embargo niega dar por cierta esta causa.
Junto a las cenizas y los 4 puestos que permanecen de pie junto a la Facultad de Educación Física de la Universidad Veracruzana, Óscar señala que por la noche desconectan toda conexión eléctrica.
“El Güero”, joven que se encarga de los puestos desaparecidos, explica que “a esto nos dedicamos y sabemos que el mayor enemigo de los libros son el fuego y el agua. Siempre los estamos cuidando de la lluvia y de algún chispazo que se pueda generar”.
Acusa que las flamas pudieron ser intencionadas y platica que el domingo llegaron a sus mesas, unos individuos prepotentes.
“Vinieron unos hombres y me preguntaban por precios de cosas que no tenían nada que ver entre sí, y me comentaron que con 3 libros que yo vendiera ya había hecho el día. Yo les dije que desafortunadamente en México no se lee mucho y que el negocio de los libros no era un gran negocio, que mas bien a veces la intención de nosotros es por amor al arte y por difundir la cultura”, comenta.
La respuesta de “El Güero” no satisfizo a los sujetos, quienes continuaron hablándole. “Me dijeron que la situación estaba muy fea, y que ellos me podían cuidar si yo quería, yo les mencioné que no me parecía necesario porque en realidad no nos estaba yendo bien y no estábamos vendiendo casi nada”, recuerda.
Este jueves una camioneta se detuvo frente a su puesto, alrededor de las 10 de la noche. “Ya tenía todo cerrado, me faltaba la mesa de 20 pesos, se paró la camioneta y preguntaron por libros de Historia Nacional. Les dije que sí, que por ahí había algunos pero que tenían que buscarlos. Se pusieron algo toscos y me pidieron que les abriera las otras mesas”, menciona.
El joven continúa el relato. “Se molestaron un poco e insistieron y me dijeron: “¿Entonces no nos vas a abrir las mesas?” y les dije que no, porque yo también ya quería irme a descansar, y compraron igual libros que no tenían que ver entre sí, sobre todo los libros que estaban empacados”.
Los hombres se llevaron una novela de la editorial Tusquets y un libro titulado “El Desafío Cristiano”. En total, 100 pesos en publicaciones, que pagaron al tiempo que le mostraron la cartera rebosante de billetes.
La agrupación con 20 años de trabajo, tenía previsto permanecer en Boca del Río hasta el 21 de abril. Pero después del incendio han decidido irse lo más pronto posible, una vez que hayan denunciado el hecho a las autoridades.
“Esto va a quedar impune, pero tiene que quedar un antecedente”, dice el “Güero” y expresa tristeza por la pérdida de cientos de libros, “tantas cosas bonitas que incluso a mi me gustaban mucho”.
“No hay garantías ni de seguridad para las personas que trabajamos aquí ni para el material en sí. Esto parece incluso de la Inquisición, donde se quemaban los libros que estaban prohibidos, imagínate si no respetaron nada de eso, por su cabeza no pasó respetar algunos de los libros que había aquí, ¿Qué se puede esperar de las personas? “, expresa.
Referencia
http://criptogramamx.com/veracruz-libros/

domingo, 28 de febrero de 2016

El viejo librero, video Ciudad de México


Librería de viejo, Queretaro, México

Librería de viejo

Las lecturas del búho

Por: Rubén Cantor Pérez
Twitter: @RuCantor
Aquel que haya estado en el DF y no conozca Donceles no merece ser llamado lector. No hay paraíso tal en el Centro Histórico capitalino como esa mítica calle llena de librerías de viejo o de libros usados. Lo inencontrable será hallado y lo desconocido presentado ante nosotros.
Imagínese encontrar un libro cuya búsqueda ha durado años, pues ahí estará y a un precio bajísimo. Eso es Donceles.
El único pero es su exceso de polvo, sin embargo, un día de polvareda no mata a nadie. Todo este prólogo no sirve más que para hablar de nuestras librerías de viejo en Querétaro, porque no sólo en el Distrito gozan de esos beneficios.
Antes de continuar, me permito mandar mis condolencias a todos los bibliófilos. El Fondo de Cultura Económica deja un hueco en una de las arterias principales de nuestra ciudad, ojalá de ese árbol talado de raíz broten semillas que ayuden a hacer más respirable la cotidianidad.
Vuelvo a lo que iba. Justo la semana pasada se llevó a cabo el Tianguis de Libros UAQ, un esfuerzo encomiable donde se dio espacio a la exposición de libros usados. Lo bueno es que no tenemos que esperar un año para llegar a esas páginas gastadas. A continuación van algunas opciones.
El Alquimista: En Morelos casi esquina con Juárez está una librería que ocupa tres locales y va de libros nuevos a libros viejos. Pueden encontrar títulos desde 10 pesos y si tienen paciencia y saben escarbar encontrarán algunas joyas, por ejemplo El proceso de Kafka en 5 pesos. Eso sí, no esperen las ediciones más sofisticadas. Se obtiene lo que se paga.
El Tragaluz: En Guerrero #10, entre Madero y Pino Suárez está una librería que tiene un amplio acervo de literatura latinoamericana, sin descuidar otras nacionalidades. Los costos suben un poco más pero tienen más de dónde escoger en cuanto a calidad se refiere. Ahí he encontrado libros que ya no se editan y autores difíciles de hallar en establecimientos como Gandhi o El Sótano.
“Del viejito” (desconozco el nombre pero la atiende un señor ya mayor): Queda en Universidad esquina con Guerrero. El material que se encuentra es en su mayoría de humanidades, hay cosas tanto de cine como de literatura o arte. No hay mucho orden, pero vale la pena dedicar tiempo a escombrar las montañas de libros. El precio parece depender del temperamento del dueño, porque siempre que se le pregunta lo medita y después de evaluarte (a mí, por ejemplo, me tildó de “estudiante”) suelta el costo de acuerdo a ese estudio socioeconómico instantáneo y a ojo de buen cubero.
Por último, menciono dos más que me vienen a la mente. Una está en Corregidora casi Universidad, del lado derecho de la calle. Usualmente te aseguran que te consiguen el libro que quieres, pero al menos en mi caso eso nunca ha sido garantía. De cualquier modo, dense una vuelta, justo a la entrada hay libros a menos de 50 pesos. La otra se llama El Diván (Ezequiel Montes, entre Madero y av. del 57). Aquí hay títulos interesantes de literatura, historia y ciencias políticas.
A final de cuentas, cada una tiene lo suyo. Una librería de viejo para cada lector. Lo que sí es que son una posibilidad para aquellos que no podemos costearnos luego los libros nuevos o que queremos echarnos un clavado a lo desconocido.
Meth Z
Un queretano fue elegido por Guadalupe Nettel, Juan Villoro y Cristina Rivera Garza para representar a México en la Feria del Libro de Londres en este año. Esa razón creo que basta para acercarnos a Gerardo Arana (1987-2012).
Si al leerlo esperan una trama tradicional con inicio-desarrollo-desenlace mejor ni le intenten. El libro está compuesto por una variedad de pequeños capítulos que van conformando una especie de novela-virus que desconcierta al lector.
A tres años de la muerte del autor, Meth Z ha evolucionado y seguirá mutando en el futuro hasta convertirse en una novela icónica en la literatura queretana y nacional. Es de esos textos que a la primera aturden y que conforme se retoman se les adquiere gusto.
Es un libro que habla de una droga para escribir novelas. Una historia esquizofrénica que no aspira a nada más que a ser una buena novela.
Cuesta sólo 60 pesos, así que no hay pretexto. No creo que lo encuentren en librerías de viejo, pero el precio es demasiado accesible.
http://www.tribunadequeretaro.com/index.php/cult/4843-libreria-de-viejo

¿Se extinguen las librerías de viejo?

Desde hace un tiempo tengo esta sensación: lenta, casi imperceptiblemente, las librerías de viejo se extinguen. Ahora hay menos que antes. No es un dato basado en encuestas, ni en estadísticas, ni en nada más que mis propias sensaciones. Me pasa bastante últimamente: voy a un lugar donde mi memoria me indica que había una librería de usados, no la encuentro, busco y rebusco y por fin me resigno a que esa librería ya no está más. Buscar y rebuscar, justamente, eso que a los lectores tanto nos gusta en los estantes de esos negocios.
En realidad, que la librería no esté más no siempre quiere decir que no exista más. Muchas siguen vigentes en internet. Sospecho que el comercio electrónico es, al mismo tiempo, la causa y la solución del problema de las librerías de viejo. He comprado bastantes libros por internet. En ciertos casos, en lugar de recibirlos en mi casa, decidí ir a buscarlos yo. He retirado libros de casas particulares, de kioscos de revistas, papelerías, edificios de oficinas, tiendas de mascotas y… ah, sí, a veces también de librerías.
La venta por internet, hay que decirlo, ofrece muchas ventajas:
  • Costos mucho más bajos para los vendedores, ya que se evitan los gastos que implica un local abierto al público.
  • Se puede acceder virtualmente a enormes catálogos desde cualquier lugar del mundo.
  • Se puede buscar y comprar en cualquier momento del día, todos los días del año.
  • En la mayoría de los casos, se puede optar por recibir el producto en el domicilio.
¿Cómo hace entonces un librero de viejo, si su negocio no va bien, para resistirse a la tentación de bajar la persiana para siempre y dedicarse en exclusiva a la ventaonline? ¿Cómo reprocharle esa decisión? Me hago esas preguntas con una tristeza similar a la que siento al ver que en el 84 de Charing Cross Road, en Londres, en el lugar donde estaba la librería Marks & Co., que aprendimos a querer a través dellibro de Helene Hanff, ahora hay un local de McDonald’s. (Aquí arriba, fotos de la fachada clásica de Marks & Co., en los años cuarenta, y la actual, tomada de Google Street View. El único rastro de que la histórica librería estuvo allí es una placa en la pared, oculta en la foto por el tronco del árbol.)
2
La tristeza es natural, porque visitar una librería de viejo tiene una magia incomparable. Deambular por sus pasillos como un explorador que recorre un territorio desconocido sin saber qué se puede encontrar. La emoción de pasar por las portadas o los lomos, uno por uno, a menudo palpándolos con las yemas de los dedos, que quedan sucias de un polvo un poco incómodo pero agradable. Y, cada tanto, el hallazgo del tesoro inconseguible en las librerías “normales”: ediciones antiguas, autores de rastro difícil, títulos agotados o descatalogados…
Lo dicho: el comercio por internet tiene muchas ventajas. Si uno quiere un libro en concreto, lo busca en AbeBooks, eBay o Mercado Libre y se evita una peregrinación por quién sabe cuántas librerías. Pero el más puro encanto de las librerías de viejo es otro: el placer de dar con un libro que uno no buscaba. Parafraseando a Cortázar, andamos sin buscarnos y sin saber que andamos para encontrarnos.
¿Cuántas veces no te ha ocurrido que el deseo sea posterior al hallazgo: ves un libro cuya existencia desconocías y sabés de inmediato que lo anhelabas, que el destino de ese ejemplar es abandonar la librería y acompañarte para siempre, hasta que la muerte los separe? Y te vas pensando que el dinero —el puñado de billetes que el librero te ha exigido a cambio— sí hace la felicidad.
Y algo más: para querer un libro y poder buscarlo en AbeBooks, eBay o Mercado Libre, primero hay que conocerlo. Y uno no siempre lo conoce por escuchar las recomendaciones de los amigos o leer los suplementos culturales: en muchos casos es por haberlos visto en una librería. Con frecuencia, en librerías de viejo. Si estas se extinguieran, perderíamos, también, una fuente de conocimiento.
3
No es un problema exclusivo de las librerías de viejo, claro está. Hace poco estuve en Colonia del Sacramento, Uruguay, una coqueta y muy bonita ciudad de 25 mil habitantes. En todo el centro no encontré una sola librería. Recorrí después algunos barrios de la periferia: no vi ninguna y dudo de que exista alguna por allí. Les pregunté a algunos vecinos, porque me parecía raro, no podía ser que no hubiera ninguna.
—Antes había una acá en la otra cuadra, pero cerró —me dijo alguien.
—Fijate en la avenida Artigas, pero creo que no —me dijo otro.
—Mirá que yo soy nacido y criado acá, ¿eh?, pero no sé de ninguna —me dijo alguien más. Y agregó—: Es bueno saber que todavía hay gente que lee.
Ni siquiera en las tiendas de la terminal de ómnibus o del puerto —adonde arriban y desde donde parten varios barcos por día que unen esa ciudad con Buenos Aires— venden libros, ni siquiera los best-sellers de bolsillo típicos de viaje, que se suelen ofrecer junto con las revistas de crucigramas y las golosinas.
La única librería que sí supieron indicarme fue la ubicada dentro del Colonia Shopping, un centro comercial no tan alejado del centro pero que, dadas las dimensiones de la ciudad, se puede decir que está casi en las afueras. No fui.
4
Por suerte, todavía muchas librerías de viejo gozan de buena salud. Se puede acudir a sitios clásicos como la calle Donceles en México, la Cuesta de Moyano en Madrid, los buquinistas junto al Sena en París, el Parque Rivadavia en Buenos Aires y tantos otros rincones que los lectores conocemos y con los que dibujamos mentalmente, en cada ciudad, nuestras cartografías particulares. Son esos rincones los que a veces nos deparan la triste noticia de ya no ser lo que han sido. En todo caso, ojalá la mía sea solo una falsa impresión y que las librerías de viejo no sean un género en vías de extinguirse. Y que sigan viviendo en su hábitat natural, sin necesidad de criarlas en cautivero para preservar la especie.

http://www.letraslibres.com/blogs/marcapaginas/se-extinguen-las-librerias-de-viejo